Fae abrió una puerta

Fae abrió una puerta que no puede cerrar, es grande y pesada, con marcas que denotan su antigüedad pero, tan bien cuidada, que a lo lejos tiene aroma de novedad, un perfume que no es pino ni poema sino algo intermedio con un toque de caoba.

La puerta se conoce desde hace diez años, un poco menos o algo más. En un fin de semana colonial, apareció de pronto, como si nada, y se posó entre las flores de Pátzcuaro disimulando su hermosura. Fae la vió, pese a que giró la cabeza queriendo resistirla, el canto de la madera penetró sus oídos hasta estremecerla. Fue fácil abrirla -siempre es sencillo- como si la puerta tuviera alma propia y deseara ser abierta, ser cruzada para mostrar los campos de flores que llevan al lago donde Fae nadó extasiada. El regreso no fue sencillo, nunca lo es. La otra faz suele traer tormenta al alma. Es un camino sinuoso el del bosque que sigue al lago y, si no se tiene el equipo necesario, la puerta se nos pone enfrente para ser cruzada sin opción. Tiene leyes que no son fáciles de transgredir. La caída del paraíso trae consigo una especie de luto. Fae recuerda el llanto que sigue al cierre definitivo, al segundo cruce, la ausencia de las flores, la sed que desgarra hasta derramar lágrimas, la ilusión del regreso, el reproche por la elección de la ruta en cada encrucijada y finalmente la aceptación con la rutina que se adquiere para ser perdida antes de disfrutar nuevamente. La renuncia a aquél recuerdo y la sonrisa de la remembranza. El día vuelve a vibrar y la danza regresa hasta que aparece insólitamente esa puerta queriendo ser cruzada. El recorrido reinicia. Ya lo conoce, cambia un poco en cada visita, pero siempre termina frente a ella impuesta la salida. Obviamente, no quiere volver a entrar, es sólo que, al verla a la mitad de ese pasillo silencioso, Fae se vio hipnotizada y la abrió sin recapacitar. El daño está hecho. Ahora se encuentra con ella, un pie quiere avanzar sin importar el camino a seguir, ansía disfrutar las maravillas sin pensar en si volverán a acabar. El otro, se niega a dejar el concreto, una mano jala para clausurar la entrada, la otra titubea. La puerta sigue necia, tan pesada e insensata. Se opone a ser cerrada, se rehúsa al olvido y Fae quiere correr sin poder hacerlo porque sus pies no se ponen de acuerdo, ella quiere huir, dejar atrás la puerta, vivir tranquila. Trata de cerrarla, sellar, anularla, porque, aunque convenza a sus pies del camino a no seguir, la tentación estará presente llamándole desde el pasillo, entonando serenatas, perfumando sus pasos. Necesita ser cerrada. Solo al cerrarla desaparece, antes no.

XX-V

Extracto del libro: Cuando la obscuridad se prende.

Cuando la obscuridad se prende