Cuando la eternidad es limitada

"Desde afuera..."


En “La dama del mar” de Henrik Ibsen, Elida dice que si nos hubiésemos acostumbrado a vivir en el mar estaríamos mucho mejor, seríamos más dichosos. Su comentario parece ridículo, pero puede considerarse sincero e inteligente. Todo depende del punto de referencia. Si alguna vez has buceado, quizá compartas el punto de vista de Elida…

Se dice que lo único que el pez no conoce es el agua, porque vive en ella.

©2010 Adriana Citlali Ramírez

"Sinfonía marina"

Para entender un poco más al agua, el pez tendría que salirse y observar su mundo desde afuera. Para entender mejor al aire, el pez tendría que experimentarlo… Al ser humano le gusta experimentar, le gusta fingir que puede vivir en ambientes diferentes y un tanto extraños. ¿Salir del planeta? ¿Bucear en las aguas del mar, de los lagos, ríos?… Cuando yo buceo en el mar, soy un extraño observando el mundo de los peces, compartiendo el roce del agua, el sonido de esos silencios no terrenales.
©2010 Adriana Citlali Ramírez

"El roce del agua"

Como buzo, uno suele ser un visitante, ajeno al espacio líquido, expectante, más no participante. Uno no logra ser parte de ese mundo tan sólo buceando, controlando los movimientos propios, respirando aire comprimido, siguiendo una trayectoria planeada, a ritmo propio, tan sólo observando a través del vidrio del visor -barrera invisible entre los dos mundos que entraron en contacto con nuestra intromisión. Para ser parte del agua, para vivir la experiencia, hay de dejarse controlar por el ambiente en derredor, hay que mimetizarse con ese vals marino casi perfecto. Uno necesita olvidar por un instante el ritmo propio, el actuar de quien vive respirando aire, y entrar en sincronía con el movimiento y los silencios del mar, con el baile de las algas y la danza de los pulpos…
©2010 Adriana Citlali Ramírez

"Cadencia"

Entonces, la vida parece ser eterna. Una vida eterna bajo la superficie del mar, perdida en el sincrónico recorrer de los peces, la cadencia de los crestáceos, la delicadeza y el respirar del océano. La experiencia es difícil de describir para el no iniciado. Es una combinación entre paz, sincronía, armonía, mímesis y atemporalidad. Es adictiva porque el acceso a ella es medido en segundos. Es un momento de eternidad, más no una infinidad temporal.

La experiencia termina cuando uno vuelve a ser consciente de su propia respiración, cuando algo en la cabeza nos hace retomar el control de nuestra intromisión. Y con el conocimiento vienen consecuencias, responsabilidad, etc. Por encima de todo, el conocimiento regresa la necesidad de controlar nuestra propia vida, nuestras acciones, nuestro ritmo. Abruptamente uno sale de la sinfonía marina y vuelve a la trayectoria prevista, a checar que la pareja esté bien, a seguir al guía o dirigir la ruta, continuar con el buceo planeado y regresar eventualmente al mundo donde la nada es aire, a ese mundo sobre las aguas que no conocemos del todo, porque vivimos en él.

©2010 Adriana Citlali Ramírez

"El regreso..."